viernes, 27 de febrero de 2009

EL MULITO




Estaba yo castigado en el occidente de Cuba, en la Sierra del Rosario, por haber hecho unos planteamientos impropios en una asamblea de producción, allá por el año 1967, aquel lugar intrincado, cuyo nombre no recuerdo, era tan selvático e inaccesible que tiempo atrás lo habían elegido como base de entrenamiento para futuros guerrilleros latinoamericanos. Cuando yo estuve allí ya no funcionaba para esos menesteres, pero campesinos de la zona me lo contaron.

Lo cierto es que allí no tenía nada que hacer, solo reflexionar sobre mis errores. Fue entonces que llegó un grupo de estudiantes de geografía dispuestos a realizar trabajos topográficos en el lugar.


La vida se me hizo más interesante, comencé a realizar un trabajo periodístico sobre sus actividades. Aprendí que aquellas lomas se llamaban mogotes y que tenían la característica de no  unirse unas con otras, sino que elevaban en el terreno , dejando un precipicio ente una y otra. Observé también que los lugareños preferían como animal de transporte a los mulos por encima del caballo.


Yo como habitante de la ciudad, había escuchado que los mulos eran fuertes, pero tercos y que había que darle palos para que caminaran. No era verdad, estos monteñeses trataban con gran cariño a sus mulitos, porque no eran tan grandes, ni parecían tan fuertes, todos caminaban lentamente y su paso era cansado. Yo sin embargo prefería utilizar un caballo para trasladarme en los alrededores. Habían cuatro buenos caballos de montaña en aquel campamento al pie de un mogote.
Ocurrió que un dia los estudiantes de geografía decidieron adentrarse en las montañas, por cireto etamos hablando de elevaciones que no rebasan los 600 metros de altura, pero para un cubano estas son  extraordinarias alturas sólo comparables la de lo Andes.
Entonces todos prefirieron los caballos y yo que era un agregado y además un castigado no tuve más remedio que montarme en un mulito.

Comenzó el ascenso, todos avanzaban rapidamente, los caballos trotaban a paso agigantado, y se impulsaban para subir las lomas, mientras, mi mulito avanzaba lentamente, tan lentamente a que una hora después yo no veía a la caballería, sin embargo me di cuenta que el mulito seguía su rastro sin yo guiarlo. Preferí entonces soltar las riendas del mulo y ponerme a leer a uno de mis poetas preferidos, Nocolás Guillén y cuyo libro casi siempre estaba conmigo para soltear alguna de esas horas de aburrimiento. Transcurrida un par de horas de marcha, tenía el cuerpo engarrotado y estaba deseoso de descanzar, parece que los de adelante, los de a caballo le sucedió lo mismo, pués los encontré junto a  un puente, finalizando su almuerzo campesino .

-Te guardamos algo- dijo el jefe de la expedición
- No se por qué era el jefe, tal vez por ser el mas intrépido, o el más inteligente o era un cuadro político de la Juventud Comunista
-Pensamos que te habías rajado,- dijo otro con tono burlón
-Es el mulo que no avanza- dije yo

Comí las sobras y los demás montaron sus briosos corceles,
-Ve alante- me dijeron, obedecí, pero…….
El mulo no quiso cruzar el puente. Un paso, dos paso y se paró, retrocedió, volví a intentarlo, dos, tres veces, todos se reían a carcajadas, el mulo se tiró en el piso, no quería caminar, que ridículo estaba haciendo, no sabía donde meterme y sentí ganas de tirar al mulo por el precipicio. Era verdad lo que había escuchado sobre los mulos… son un desastre.

Al fin me di por vencido, la caballería partió…el primer caballo cruzó el puente, el segundo y el tercero igual, el jefe del grupo que montaba el mejor de los caballos me dijo:

-Si el mulo camina, regresa, sino te recogemos a la vuelta, ahí te dejamos agua-
Como en las películas de cawboys, el caballo se paró en dos patas, giró sobre si mismo, relinchó y avanzó sobre el puente, dos tres pasos y el puente se derrumbo, jinete, y caballo cayeron al precipicio.

Cuatro horas mas o menos duró el rescate. El caballo murió. Se hizo un puente de cuerdas. Y se logró subir al jefe, se bajo en pariguela, amarrada a mi mulito que anduvo ágil en el regreso . Por suerte era duro de roer, tal vez por eso era el jefe, cuatro fracturas de costillas, un brazo, y algunas heridas en la cabeza, pero se recuperó.

Y yo… yo volví a montar en mulo, pero esta vez con mucho respeto, lo dejaba caminar y que me llevara por  donde quisiera. Porque él, este feo animal orejón, si era el verdadero jefe, el dueño y señor de aquellas pequeñas, pero peligrosas  montañas.


Esteban Martin
La Habana, Cuba, 1969

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El cuento es simpatico, me gusto
Dulce Maria

Anónimo dijo...

Es un relato simpatico, tal vez fue un suceso real
Angel